Trastornos de la Conducta

Las personas con Trastornos de la Conducta tienen más posibilidades de desarrollar una dependencia de sustancias

18 de Noviembre, 2018 Alfonso Navarro Murcia

Los jóvenes con trastorno del control de los impulsos, trastorno de la conducta o trastorno negativista desafiante corren un riesgo especial de pasar de un consumo puntual de sustancias psicoactivas, como el alcohol o el cannabis, a una dependencia o trastorno grave por el uso de las mismas.

 

Las estadísticas han demostrado, con mucha contundencia, que los adolescentes tienen acceso ilimitado a ciertas sustancias psicoactivas, como el alcohol o el cannabis, independientemente de las restricciones que se intentan poner, de la clase social o del tipo de familia de origen. Que los jóvenes adultos tienen acceso a estas sustancias y que existe un fracaso absoluto en el control de las mismas, es una realidad que comparte el conjunto de esta población.

 

Sin embargo, las personas que desarrollan un trastorno del control de los impulsos, un trastorno de la conducta, o un trastorno negativista desafiante, corren un especial riesgo de pasar de un consumo puntual o de probar este tipo de sustancias a una dependencia o un trastorno grave por el uso de las mismas.

 

La manifestación de un malestar emocional o social

El desarrollo de un problema de este tipo, puede venir de múltiples situaciones y de múltiples contextos. Dejando de lado el TDAH (trastorno por Déficit de Atención con/sin Hiperactividad), los trastornos de conducta suelen ser la manifestación de una molestia o un malestar emocional o social.

 

De este modo, podemos encontrar adolescentes a los que se ha sometido a bullying durante un tiempo prolongado en el colegio, abusos físicos en casa, pacientes que han vivido en entornos en los que la expresión emocional ha sido censurada o invalidada, familias desestructuradas, etc., pero en una medida nada desdeñable, también encontramos pacientes que no han sido víctimas de circunstancias tan extremas, pero no por eso menos desafortunadas. Hay muchos adolescentes que han vivido en entornos de poca nutrición emocional por necesidades del sistema familiar que no tenía tiempo o recursos, personas que proceden de familias en las que el marco cultural de los padres no es compartido por lo hijos, como hijos de inmigrantes, adolescentes que han sido adoptados a edades más avanzadas de lo que sería idóneo, o simplemente patrones de funcionamiento emocional internos que no permiten a la persona expresarse hasta que no encuentra otra salida.

 

De este modo, las alteraciones conductuales debutan normalmente cuando el nivel de frustración o de estrés es insoportable, o como reacción a un entorno hostil. Una persona que desarrolla un trastorno de este estilo normalmente está encontrando una salida a su malestar que le permite no comunicarse o defenderse de aquello que le tenía bajo presión.

 

 

 

El papel clave de la familia

Con este contexto, huelga decir que la reacción de la familia a la primera aparición de la violencia en casa, y con violencia no hablo de agresiones físicas graves, sino de pequeñas manifestaciones de violencia o negativas verbales, es crucial para que se detecte el mensaje ulterior a dicho comportamiento y el sistema se ponga manos a la obra para adaptarse a ese malestar y comenzar a gestionarlo. En muchas ocasiones, esta dificultad para ver el problema, más allá de una adolescencia normal, o para detectar los signos de angustia, provoca una reacción tardía de la familia y, en muchos casos, ineficaz, que solo aumenta la tensión y el malestar en el hogar.

 

La reacción de los adolescentes en este entorno renovadamente hostil, suele ser la de pasar el menor tiempo posible en ese espacio en el que no se le entiende y en el que se siente oprimido y controlado continuamente. Y, en ese contexto, es en el que un consumo de cannabis o de alcohol se vuelve potencialmente peligroso.

 

El consumo, bajo estas circunstancias, normalmente de manera social y con personas que comparten la sensación de incomprensión y de malestar intrínseco al momento evolutivo que comparten con sus iguales, y sumado a que, como todos sabemos, en esta etapa el grupo de iguales cobra una importancia casi superior al sistema familiar, favorece que se dé un consumo en grupo que minimiza la responsabilidad de lo que está sucediendo o de las normas sociales y legales que se están quebrantando. Esto, sumado a los efectos que tienen estas sustancias en el cerebro, permite al joven adulto desconectar de esa realidad que vive como opresiva y cruel, y favorece que se pase de un uso a una dependencia, en ocasiones, en un periodo muy reducido de tiempo.

 

Como agravante a este proceso, nos encontramos en la práctica clínica que, los adolescentes que consumen junto con su grupo de iguales, pueden llegar a desarrollar una identidad centralizada en el consumo en la relación con el cannabis y el alcohol, de manera que aunque se trabaje para deshabituar y desintoxicar al menor, en la dependencia psicológica, o craving, hacia la sustancia, nos encontramos con tendencias a rodearse de nuevo de la sustancia o a estar en contacto de nuevo con ella. De este modo, un trabajo en esta línea requiere del desarrollo de una identidad más adaptativa para el paciente, que además tenga en cuenta su contexto y que sea de éxito en el mismo.

 

El cuidado emocional como arma de prevención y detección precoz

Por lo tanto, las personas que han encontrado como forma de gestión emocional la violencia, la agresividad, las fugas del hogar, etc., son una población de mucho más riesgo, teniendo en cuenta que el acceso a las sustancias psicoactivas está generalizado. De esta manera, para las familias de estos adolescentes, lo que sí funciona como método de prevención es la expresión emocional y la validación de la misma, de manera que la persona que está sufriendo encuentre una estrategia mejor y más eficaz para gestionar el malestar. Además, una forma de prevenir este tipo de patologías es la detección temprana, por parte de los cuidadores, de patrones de evitación mediante agresividad o negativismo y búsqueda de soluciones eficaces, mostrando mucha versatilidad y capacidad de adaptación a la realidad de los jóvenes. Esto solo se consigue intentando ver la realidad a través de sus propias percepciones, lo cual solo se hace mediante el diálogo abierto, genuino y respetuoso.

 

Es decir, hablar con los adolescentes que están sufriendo, desde una posición de comprensión y evitando juicios de valor, sin ofrecer soluciones que no tengan en cuenta su contexto y validando el malestar como algo normal en su etapa de desarrollo, es la mejor red de seguridad que podemos ofrecer a la generación que nos sigue y que tiene tan a mano unas sustancias que cree inofensivas.

 

En Ita somos especialistas en el tratamiento de trastornos de la conducta, reduciendo significativamente las conductas agresivas ayudando a las personas afectadas a construir una identidad fuera de la violencia y la agresividad. Asimismo, reducir la conflictividad familiar, recuperar el clima familiar donde se restablezca el orden, las jerarquías y el control de las emociones y de los impulsos.

 

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Imgen | Unsplash

 

Psicólogo especialista en adolescentes y familias.

Terapeuta en Hospital de Día de Trastornos de la Conducta