Trastornos de la Conducta

¿Podemos controlar la impulsividad?

18 de Octubre, 2020 Alfonso Navarro Murcia

Muy frecuentemente, acuden familias a consulta con la demanda de obtener más control sobre el comportamiento de sus hijos, porque sienten que se les están yendo de las manos. O lo que es peor, sienten que ya no hay nada que hacer.  En un muy alto porcentaje de casos, los problemas que está sufriendo la familia son de carácter emocional y todos los miembros están padeciendo un nivel de estrés elevado que, al poner normas nuevas o aumentar el control, puede crear una bomba de relojería.

 

Las conductas impulsivas de los adolescentes suelen estar motivadas por las necesidades apremiantes que sienten estas personas y que les urge satisfacer. Esto, sumado a una baja capacidad de evaluación de sus decisiones a largo plazo y de anticipación de sus consecuencias supone una combinación tan peligrosa como conducir un deportivo sin frenos. El dilema de los padres es el siguiente: ¿asumo el riesgo de que se choque o conduzco yo por él? Si conduzco yo: ¿Cuándo estará preparado él?

 

El trabajo de un tratamiento como el que hacemos en Hospital de Día es, precisamente, ayudar a las personas a desarrollar sus propias herramientas de autogestión y autorregulación. Muy bonito, pero, ¿Cómo se hace eso?

Lo primero de todo es entender que a los padres no les queda nada por decir, nada nuevo al menos. Todo lo han dicho, razonado, hablado, explicado y un sinfín de sinónimos. Pero la filosofía que explican viene con una carga emocional a la hora de aplicarla. Si queremos que ese coche aprenda a frenar, debemos ponerle obstáculos con los que chocar. Y dejar que choque. Pondremos obstáculos blandos, consecuencias sencillas y sin grandes gestos que hagan que, si nuestro hijo se equivoca, sienta una contingencia, pero se recupere y aprenda. El aprendizaje se produce a través de la experiencia.

Para ello hay que ayudar a la familia a controlar las emociones que van a sentir al ser los malos, los odiados por el adolescente en ocasiones y admirados en otras. Esto parece fácil, pero supone un desgaste muy grande para unos padres que también están acostumbrados a la inmediatez y que viven vidas en las que al día le faltan horas, a las mañanas café, y por qué no decirlo, un par de premios de la lotería.

 

La adolescencia de nuestros hijos no llega cuando estamos preparados. Lo hace cuando la naturaleza empuja, y tenemos que estar a la altura, parar las explicaciones y pasar a la práctica. Todos los chavales que llegan a nuestros despachos responderían bien a todas las preguntas sobre qué se debe hacer sin ninguna duda. Todos sacarían al menos un 8. Pero en la práctica ninguno está pasando del 2. Solemos usar una metáfora para representar esto, hablamos del momento en el que enseñamos a montar en bici a los más pequeños. Hay que comprar dos cosas: una bicicleta y Betadine. Sabemos a ciencia cierta que se caerá y que se volverá a caer. Y le animamos a subirse de nuevo. Las madres y padres lo pasan mal, se asustan, pero resisten la tentación de salvar a los hijos de ese aprendizaje. En el mundo real, los padres deben intentar hacer lo mismo y ser muy sinceros con el hecho de que eso les causa angustias y que a veces hay que pedir ayuda para gestionarla.

Con una buena y honesta gestión emocional, conseguimos que nuestros hijos disfruten al máximo de ese motor que tienen y cuenten con los mejores frenos.

Psicólogo especialista en adolescentes y familias.

Terapeuta en Hospital de Día de Trastornos de la Conducta