Trastornos de la Conducta

Prejuicios y estereotipos en los Trastornos de Conducta

08 de Enero, 2023 Sandra Lage

La adolescencia en dificultad social aparece como una traducción particular de la sensación adulta de riesgo. Al mismo tiempo que aumenta y se extiende la sensación de riesgo, la sociedad se vuelve cada vez más imprevisible y llena de incógnitas que no pueden ser contestadas. Esta reacción común para la parte general de la sociedad y esta forma de entender la realidad se proyecta en las nuevas generaciones como una forma de adaptación necesaria para su futuro, buscando la erradicación de los peligros a través del control continuo de actividades que puedan generarlos.

 

Durante la adolescencia, el cerebro sufre una reorganización estructural que le dota de nuevos circuitos y conexiones, que posteriormente darán sustento a todo el proceso de pensamiento analítico que caracteriza al adulto. La dificultad se presenta cuando les pedimos responsabilidades a estos/as adolescentes de inmediato sin darles antes la posibilidad de construir su futuro, cogiendo las riendas de su vida y haciéndose partícipes de sus obligaciones y derechos. Es ahí cuando el cerebro adolescente en pleno desarrollo no es capaz de gestionar los repentinos cambios que se están produciendo en él.

 

La adolescencia es una etapa proclive para generar crisis y la actitud oposicionista. Las conductas impulsivas de este tipo de adolescentes es la mejor solución que han encontrado para afrontar su transición al mundo adulto y que se subyacen de factores sociales, familiares, personales/cognitivos o biológicos. Además, una misma manifestación sintomática puede tener diferentes orígenes.

 

Los trastornos de conducta en la infancia y en la adolescencia, engloban un conjunto de conductas que implican oposición a las normas sociales y a los avisos de las figuras de autoridad, cuya consecuencia más destacada es el fastidio o la perturbación casi crónica de la convivencia con otras personas de su entorno: iguales, familia, docentes y personas desconocidas (Fernández y Olmedo, 1999).

 

El estigma social sobre los/as adolescentes con trastorno de conducta han conseguido generar una imagen en negativo de ellos/as a través de mitos y estereotipos que definen al colectivo como peligroso, delincuente, malo, disruptivo…lo que da a lugar a un rechazo social.

 

Estas definiciones coartan mucho el significado o la amalgama de realidades que se esconden detrás de estos “adolescentes-problema” sin considerar que la repuesta desadaptada que ejecutan refleja un malestar interno en el/la adolescente y una carencia de las habilidades y recursos necesarios para superar las dificultades que presenta esta etapa.

En base a esto, es necesario reeducar no solo a la adolescencia, sino a la sociedad para inculcar y promover en esta una visión más crítica sobre las etapas vitales y la importancia de la salud mental en la que los/as individuos/as sean representados/as como personas autónomas de un modo progresivo a través de una enseñanza verdadera en derechos y responsabilidades, pues sólo así podremos alcanzar la sociedad crítica y autónoma que procuramos.

 

Con respecto a los padres y a las madres, es imprescindible trabajar en el ejercicio de desaprender ciertos patrones educativos que parten de la idea estereotipada y distorsionada de la disciplina como recurso educativo para los/as menores y que son claramente perjudiciales, y que por tanto, deben ser descartados y erradicados por las consecuencias  negativas que conllevan.

Según el DSM-IV (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), que establece los estándares estadísticos y diagnóstico de los trastornos mentales, estas pautas son esencialmente 4:

  • Disciplina incoherente: se produce cuando los progenitores no son coherentes en sus actuaciones educativas, bien porque no son sistemáticos en sus acciones (incoherencia intraparental), o bien porque no existe acuerdo entre el padre y la madre (incoherencia interparietal). La incoherencia intraparental castigan comportamientos apropiados o premian conductas prohibidas, ceden sus pensiones y cambian de modo impredecible sus expectativas y sus reacciones. En la incoherencia interparietal no hay acuerdo entre los progenitores sobre las normas de disciplina.
  • Disciplina colérica y explosiva: el caso más extremo de este patrón es el del maltrato infantil, los indicadores de este estilo son el uso de estrategias como pegar, gritar, amenazar, etc. También suelen producir largos episodios de conflictos progenitores-adolescentes, un aumento progresivo de la intensidad de los castigos y un uso frecuente de las humillaciones.
  • Baja implicación y supervisión: los padres y las madres no están implicados en la educación de sus hijos/as, y no se preocupan por controlarles. Ignoran qué actividades realizan sus hijos, no saben quiénes son sus amigos, ni como ver sus estudios.
  • Disciplina rígida e inflexible: los padres y las madres no adaptan sus estrategias de acuerdo con la edad, el estilo de comportamiento o el tipo de problemas implicados en la situación de conflicto. Sólo utilizan un rango muy limitado de estrategias que utilizan en cualquier tipo de transgresión de las normas sin tomar en cuenta los factores situacionales. Además, no ajustan la intensidad de la disciplina en función de la gravedad de la infracción y no usan nunca técnicas de negociación en los conflictos.

 

La imagen estereotipada del adolescente con Trastorno de conducta ocasiona en las familias un sentimiento de culpa y vergüenza que retrasa significativamente la decisión de pedir ayuda profesional por la gran presión social a la que se someten.

Por consiguiente, es fundamental trabajar en unión con las familias para mejorar su proyecto vital educativo de sus hijos e hijas; comenzando por adentrarse en una intensa implicación personal y emocional.

 

Reiterando las palabras del Dr. Daniel J. Siegel (doctor en medicina, profesor de psiquiatría clínica en la Facultad de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles), «Si llegamos a ver la adolescencia como un periodo de tiempo, y los adolescentes como individuos, con un potencial inexplotado, es mucho más probable que veamos la realización de esta posibilidad y poder en direcciones positivas. Cuando potenciamos los adolescentes, podemos inspirarles para que permitan desarrollar la integración en su desarrollo neuronal».

Educadora social de Ita Berducido

Estudiante del Máster en Intervención con Adolescentes con Trastorno de Conducta.