En la actualidad, nos encontramos ante una sociedad hiperconectada. La conectividad es necesaria para formar parte del grupo, tanto es así que se ha normalizado el uso excesivo de las pantallas y de las redes sociales. Diferentes estudios señalan que en España los adolescentes, entendidos como tales los jóvenes que están entre los 12 y los 18 años, pasan de media 6 horas al día conectados; cuando se tiene en cuenta Whatsapp la cifra aumenta considerablemente.
Las redes sociales se han convertido en una prolongación de nuestro día a día. Los jóvenes son los que más tiempo pasan en la red, y las app elegidas son Instagram o Snapchat.
Aplicaciones como Facebook están envejeciendo en cuanto a comunidades de refiere. O lo que es lo mismo, los usuarios de esta red social responden a perfiles muy diferentes a los de Snapchat o Instagram que son más millenials.
Sea como sea, todas las redes sociales tienen en común una cosa, han hecho que cambie nuestra forma de relacionarnos con las demás personas. Aunque a primera vista puede parecer que es una herramienta que nos ayuda a estar mejor conectados e informados, el mal uso de estas redes sociales puede generar graves problemas, como la depresión.
Los usuarios tienden a colgar en las redes sociales parte de sus vidas, lo idílico de sus vidas. Apps como Instagram, en las que la imagen lo es todo, tienden a mostrar aquello que los usuarios quieren ofrecer de sí mismos: paisajes de ensueño, looks cuidadísimos, comilonas estupendas, restaurantes preciosos…
Nadie comparte aspectos negativos de su día a día en redes sociales; todo lo que se cuelga son cosas positivas y que no suceden de manera habitual en una rutina diaria cualquiera. Esta exposición junto a las falsas expectativas de pensar que se vive de la manera que se muestra en redes sociales, puede generar, sobre todo en los jóvenes que visitan estos perfiles inseguridades y falsas creencias haciendo bajar considerablemente su autoestima.
Además del hecho de la idealización de un mundo perfecto, las redes pueden generar una necesidad de reconocimiento social continuo. Se focaliza en la obtención de likes la felicidad del día, y se acaba por estar mirando la pantalla y pensando cómo conseguir más likes en un post. Cuanto más “me gustas” se consiguen, mejor te sientes y más alto tienes la autoestima. Este tipo de conductas son las que los expertos denominan conductas de riesgo ya que el sentimiento de estar bien acaba dependiendo de un click.
Para muchos “ser popular” se ha convertido en una aspiración, todos quieren ser “influencers”. Y eso hace, en algunos casos, que con tal de sumar amigos y seguidores se lleven a cabo conductas de riesgo para la persona, como por ejemplo exhibicionismo o agresiones. El acoso cibernético es un problema creciente y un factor de riesgo de la depresión.
Cada vez se diagnostican más jóvenes que sufren depresión que pasan horas enganchados a las redes sociales. Estos tienen baja autoestima, rechazan su imagen corporal, afrontan de forma inadecuada las dificultades y a veces sufren un “vacío existencial”. El abuso de las redes puede conllevar a alteraciones en la calidad del sueño, baja autoestima, ansiedad, depresión e inquietud.
Por tanto, es importante hacer un bueno uso de las redes sociales y no olvidar nunca que aquello que se comparte no es la realidad, sino una idealización de ésta.