La obesidad es una enfermedad sistémica, crónica, progresía y multifactorial, que se define como una acumulación anormal de grasa, con patologías asociadas que limitan la esperanza de vida y deterioran la calidad de la misma, y que pueden determinar la proyección vital, social y laboral del individuo.
En el 2016, había en España, 24 millones de personas adultas con exceso de peso, si se mantiene la tendencia actual, en el año 2030 esta cifra se incrementará en unos 3 millones de personas.
Las personas obesas padecen una preocupación dolorosa por su apariencia que va más allá de una simple insatisfacción. La percepción que tiene de su imagen corporal se convierte en algo estresante que les incomoda y les angustia cuando los demás le observan. Por ello, es frecuente que manifiesten timidez y vergüenza en situaciones sociales o que incluso se aíslen por miedo a la crítica y el rechazo.
Así mismo son frecuentes los sentimientos de inferioridad y baja autoestima como consecuencia de la discriminación, las críticas y burlas que han sufrido a lo largo de su vida. Algunas personas tienden a pensar que los obesos “están así porque quieren, porque no se lo toman en serio”, motivo por el que se les conceptualiza como carentes de voluntad y compromiso o vagos.
Nuestro modelo de intervención va más allá de la ingesta. En Ita trabajamos sobre todas las áreas afectadas por la enfermedad.
El estado de ánimo influye en la forma de alimentarnos el simple hecho de estar contento o, por el contrario, deprimido, puede influir y determinar la forma de llevarlo a cabo y, como prueba de ello, la comida se convierte en un refugio fácil y accesible. La acción de comer aporta una sensación de bienestar inmediata a la cual es difícil resistirse.
La ansiedad, la tristeza, la soledad o la alegría son fuertes condicionantes para que algunas personas coman sin tener hambre. En estos casos, se pierde, relativamente, el control del comportamiento alimentario y, con frecuencia, aparece una alimentación inadecuada que suele tener consecuencias –aumento de peso, por ejemplo– y que generan sentimientos de culpa y de nuevo tristeza, entrando en un círculo de malestar. Las emociones no son en sí mismas las causantes del descontrol sino la manera de gestionar, regular y afrontar los estados de ánimo negativos.
Hemos de trabajar para que las personas puedan convivir con lo que les resulta complejo o doloroso y no para eliminarlo de su entorno. El centro de nuestra intervención terapéutica ha de comportar la adaptación y la tolerancia de lo que nos cuesta para poder llegar hasta el objetivo final que es la curación.
El trabajo se ha de centrar en aprender a regular y gestionar las emociones, en hacer del acto de comer un acto agradable y placentero no en evitar la comida.
Durante el tratamiento, hemos de revertir el proceso: las emociones como vector. La alimentación no ha de servir para desconectarnos de las emociones, es la emoción la que tiene que hacernos conscientes de la alimentación que tomamos y del uso de los alimentos que ingerimos.
Hemos de capacitar a los pacientes para ser los gestores de sus procesos, lejos de ser nosotros los que orquestemos la forma de intervenir en su curación hemos de ayudarles sacar partido de sus capacidades y fortalezas será de este modo como aprenderán a quererse y cuidarse…comiendo diferente, gestionando desde la autoestima, aprendiendo desde la curiosidad …es decir trabajando desde la conciencia plena de sí mismos y no desde la obediencia, como hasta ahora.
Hay que trabajar con el paciente por la adherencia al cambio consensuado, personalizado y realista por tanto integrador e interdisciplinar que busca romper la cadena de conductas que hasta el momento han favorecido el problema (conductas de descontrol, aislamiento social, estímulos licitadores del atracón,…) y abordar la dinámica de vida del paciente en su totalidad aportándole recursos emocionales, educativos, sociales, físicos… que tengan como finalidad trabajar las emociones que giran alrededor de la enfermedad (ansiedad, soledad, culpa, frustración, sentimientos de rechazo y vulnerabilidad) y capacitar al sujeto para diferenciar la ingesta emocional de la ingesta nutricional.
El objetivo final que persigue el tratamiento es que el paciente pueda ser autónomo y auto-responsable consigo mismo y con su vida.
Las posibles recaídas existen y de hecho formar parte de todo proceso de curación, sin embargo, dotar al paciente de recursos emocionales, cognitivos y educacionales ante la ingesta y la actividad posibilitan reducir las recaídas.