Cuando empecé con el trastorno de la alimentación estaba baja de ánimos por problemas y cambios en mi vida que se juntaron, pasé por una fase de transición de mi vida que no llevé bien y no supe cómo manejar. Pasé de ser una niña sin preocupaciones a tener que empezar a asumir responsabilidades y ser un poco más madura. A los 12 años entre en un nuevo instituto e hice nuevas amistades pronto, estaba muy a gusto yendo cada día al cole y me sentía bien, y al ser de las nuevas, recibí mucha atención por parte de mi curso. Mi preocupación más grande era el que me iba a poner al día siguiente. Al año siguiente vinieron más responsabilidades, mi objetivo ya no era gustar y no me preocupaba como me veía. Cogí bastante peso, después me vino la regla, iba mucho en chándal, y seguía sin importarme como me veía. Las preocupaciones y cambios en mi vida me generaban malestar, y se le sumaba que ya no tenía atención ni de los chicos ni de las chicas de mi curso, y que mis amigas más cercanas se sorprendieron de mi cambio físico y hacían comentarios que al ser de parte de ellas me afectaban. En 3o de la ESO mi autoestima estaba por los suelos igual que mis ánimos, y mi cambio emocional lo relacione a mi cuerpo, que estaba muy acomplejada. Pensé que podría volver a la niña de antes si volvía al cuerpo de antes. Llego el COVID y nos confinaron, pasaba con el móvil tiempo de más y solo me entraba por los ojos publicaciones de lo “healthy” que debíamos ser durante la pandemia por redes sociales. Mi hermana con sus problemas y yo con los míos decidimos ir al gimnasio al salir de cuarentena, convencidas de que perdiendo unos kilos iba a mejorarlo todo, ya que creíamos que haberlos ganado era el motivo de nuestro malestar y de nuestras inseguridades. Primero era una hora diaria, después dos o tres y después añadimos la alimentación progresivamente. Reduje cantidades, después prohibí alimentos y después limité las horas de las ingestas. Perdí mucho peso al igual que mi hermana, quedaba con mis amigas y se daban cuenta, pero yo me sentía orgullosa de que vieran el cambio que estaba haciendo. Me machacaba, pero al saber que eso me estaba haciendo perder peso (por lo tanto, disminuyendo mis problemas), me hacía sentir bien. La realidad es que los problemas seguían ahí, y yo estaba mal, y cuando no estaba haciendo algo relacionado con el control del peso, me seguía sintiendo mal, por eso cada vez era más dependiente del síntoma. Al crearme bienestar en el momento tapaba lo demás, y se convirtió en un no parar. Empezó el cole y la pérdida de peso era evidente (había llegado a como estaba en primero y seguía perdiendo), mis padres también estaban preocupados y un mes más tarde, cuando ya estaba en un peso de riesgo pidieron ayuda y encontraron ITA.
Al haberlo pillado a tiempo, nos derivaron a ambulatorio, pero al no tener consciencia de la enfermedad y no recuperar el peso esperado al poco tiempo empecé en hospital de día. Me pararon el cole y las extraescolares, lo que me dio rabia en el momento, pero tampoco podía continuar ya que mi salud estaba muy mal, era incapaz de concentrarme en clase, pasaba mucho frío, no tenía energía, estaba aislada en mis pensamientos y era incapaz de pasar un buen rato con mis amigas. Ellas se dieron cuenta de cómo estaba tanto por mi actitud como por mi aspecto. Estaba pálida, con ojeras y la punta de las manos y los pies lilas ya que no me llegaba la circulación correctamente y no sentía ni las manos ni los pies. En ese momento era consciente de mi físico y de cómo me veían los demás, y mi objetivo no era perder más peso, pero el miedo a ganarlo hacia que continuara. Me pesaba a menudo y con tal de que no subiera el numero de la báscula, no me importaba que bajara. El entrar en hospital de día significaba 0 control sobre lo que comía, lo que me creaba mucho malestar al principio. En casa también llegaron las mismas instrucciones, lo que provocó problemas, discusiones, gritos y llantos, era una lucha por el control entre la enfermedad y yo contra mis padres. Pasadas varias semanas la cosa mejoró, cada vez dependía menos del síntoma y aunque seguía el malestar y la lucha interna había más consciencia gracias a las terapias. Comer correctamente y recibir nutrientes también me hacía mejorar no solo físicamente sino también anímicamente. Poco a poco fui viendo lo agotador que era estar atada al síntoma y el desgaste que generaba, y lo bien que podía estar sin esa atadura constante. Fue reduciendo mi miedo a alimentos y cantidades gracias a comerlos habitualmente en ITA. La lucha interna seguía y sigue ahí y la voz de la enfermedad sigue presente muchas veces, pero ya no es la enfermedad y yo contra el resto sino el resto y yo contra la enfermedad. Lo fácil es muchas veces dejarse llevar por la enfermedad y muchas veces es incontrolable, pero poco a poco va disminuyendo y se hace menos necesaria, aunque haya muchos deslices y el tratamiento no sea en línea recta. La idea es que a pesar de ellos se pueda continuar adelante y que cada vez se ganen más batallas. Es fácil cuando miras atrás y ves la calidad de vida que llevabas al principio, que te ayuda a querer seguir adelante. Lo que hace que cueste avanzar es la voz de la enfermedad respecto al cambio físico, que es lo que más miedo da durante el tratamiento, aunque gracias a terapias vas aprendiendo a aceptarlo y a veces incluso a que te guste. También ayuda a que te guste el darte cuenta de lo que un cuerpo sano te hace sentir (subida de ánimos, poder relacionarte y pasártelo bien, estar presente en los sitios y poder concentrarte en lo que estás haciendo…) y físicamente (recuperas el color normal en las manos, mofletes labios y piel en general, no sientes constante frio, no tienes tanto pelo en los brazos, tu corazón recupera un ritmo normal…) – y ver lo que provoca a los de tu alrededor que te quieren y se alegran por ver que están recuperando a la persona que estaba tapada y dominada por la enfermedad. A medida que pasa el tratamiento vas aprendiendo a distinguir cuando habla y actúa la persona y cuando la enfermedad. Cuando gana la enfermedad suelen darse cuenta los de tu alrededor, ya que son enfados tontos que la misma persona puede considerar que es una tontería que no tiene importancia y que no va a provocar ningún tipo de cambio, pero la voz es fuerte y te hace creer que es mucho peor de lo que es. Si los de tu alrededor te hacen ver la realidad cuando la enfermedad está más calmada, puedes ver que no has sido consciente y no has sido tí la que ha actuado. Cuando disminuye la necesidad del síntoma y te vas sintiendo mejor, da miedo que vuelvan esas inseguridades que hicieron que empezara el TCA, por eso es tan importante el tratamiento y que te vayan dando herramientas para no recaer en caso de que eso pasara. La voz sigue estando y seguirá estando durante bastante tiempo, pero el objetivo de las terapias es que no dejes que domine. El objetivo más grande es recuperar una vida normal sin el síntoma, y seas capaz de cuidarte por ti misma. Lo difícil del principio es la falta de libertad, pero te vas dando cuenta de que lo que realmente te quita libertad es la enfermedad y el objetivo es que en un futuro la recuperes (en todos los sentidos). Al principio se necesita un empujón para empezar el cambio, pero después encuentras la motivación tu misma. Ahora estoy en tratamiento y me queda recorrido por delante, pero sé que se puede salir con la ayuda de los de ITA (profesionales y los del grupo).