¿Qué es un TCA?
Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son enfermedades complejas que cursan con alteraciones persistentes de la conducta alimentaria y pueden afectar a personas de todas las edades, razas, géneros y sexos. Las características comunes de los trastornos de la conducta alimentaria incluyen conductas alimentarias repetitivas, restricción de alimentos e impacto en la percepción de la imagen corporal. En España la prevalencia de TCA es del 0,6% (solo incluye AN y BN), según datos recogidos en el año 2021. En cuanto a la prevalencia por sexos, las mujeres se sitúan en un 1% frente a los hombres que representan 0,2%. En lo referente a la edad observamos su pico máximo del 1,64% entre mujeres de 20 a 24 años, seguido del 1, 54% en mujeres de 25 a 29 años y, continuado por el 1, 29% en adolescentes y jóvenes adultas de entre 15 a 19 años.
Causas del TCA
Los TCA tienen la peculiaridad de ser trastornos psicopatológicos de etiología multicausal. El riesgo de enfermar nace de una combinación de factores específicos de riesgo. La suma de riesgos por un efecto acumulativo aumenta la posibilidad de desarrollar un TCA. Estos factores involucrados son: los biológicos, del desarrollo,
individuales y socioculturales. La interacción de estos la precipita y perpetua los TCA.
El rol de la familia en el TCA
La familia juega un rol crucial en el TCA, tanto como factor que puede propiciar su aparición, mantener los síntomas o, más recientemente, se destaca a la familia como un factor protector. La familia, como primer entorno de socialización, desempeña un papel crucial en la transmisión de hábitos alimentarios y responsabilidades culinarias. No solo nos enseña cómo alimentarnos, sino que las experiencias compartidas entre padres e hijos
en torno a la comida también influyen en nuestro desarrollo psicosocial. A través de estas interacciones, aprendemos a identificarnos, a relacionarnos con los demás y a fortalecer aspectos como la autoestima y la autovaloración. Destacar que, un entorno familiar positivo provee a sus miembros de habilidades que les ayudan a enfrentar o evitar los factores de riesgo, reduciendo la vulnerabilidad. Por el contrario, un ambiente familiar
negativo se asocia con mayor vulnerabilidad y menos destrezas sociales.
Estudios muestran que en familias con miembros que padecen TCA, hay menor cohesión, flexibilidad, expresión emocional y comunicación, así como mayor rechazo y sobreprotección paterna, en comparación con familias sin TCA. Además, las evidencias sugieren que cuando las familias son flexibles y comprensivas, pueden mitigar los efectos de los factores socioculturales, como la presión por el ideal de delgadez, contribuyendo a que sus hijos desarrollen una imagen corporal más positiva.
La participación de la familia en el tratamiento de los trastornos alimentarios es clave y puede cumplir dos funciones principales: 1) ser una fuente de apoyo físico y emocional durante la recuperación y, 2) ofrecer un entorno terapéutico al abordar las dinámicas familiares que puedan haber contribuido al problema, como heridas emocionales no resueltas.
Por tanto, es crucial que la familia brinde apoyo de manera equilibrada, evitando un involucramiento excesivo que pueda afectar la autonomía e identidad de la persona en recuperación. En este contexto, la intervención familiar se considera una de las estrategias más efectivas para el tratamiento de estos trastornos, ya que las relaciones
familiares suelen verse afectadas negativamente por la presencia del TCA