Las personas construimos a lo largo de nuestra vida un concepto de nuestro YO, integrado, y unido, un YO mantenido en forma y fondo en diferentes contextos y a lo largo del tiempo, desde la infancia a la edad adulta. Este YO integrado se forma a través de las primeras relaciones con las figuras de apego y se va fijando a través de las diferentes relaciones significativas que tenemos a lo largo de nuestra vida. Cuando las relaciones no son seguras, son ambivalentes, peligrosas, de abandono y abusivas esta construcción del Yo integrado puede no llegarse a formar y aparecer mecanismos de desconexión que permitan al menor sobrevivir. Estas estrategias pueden mantenerse a lo largo de la vida ante situaciones que retornen vivencias nuevamente estresantes o peligrosas.
En este artículo hablaremos pues de este mecanismo que conocemos como disociación. Y para poder entenderlo mejor es importante entender la experiencia traumática.
La palabra trauma describe una herida emocional. Bien pueden ser hechos que hayan ocurrido de manera repentina o inesperada o mantenidos en el tiempo. En todo caso, son problemas que exceden la capacidad del individuo de manejarlos y hacen que experimenten una amenaza hacia su equilibrio, bienestar e integridad. La experiencia traumática es una vivencia compleja y subjetiva, lo que hace que las reacciones ante un mismo episodio puedan diferenciarse de un individuo a otro.
La disociación en este escenario permite a la persona separarse de la realidad, de la situación amenazante y desconectar del dolor y el miedo. Es una desconexión que hace la mente del momento presente. Es una estrategia, un mecanismo de defensa que protege a la persona de un momento vital traumático, permitiéndole separarse de la realidad. Estos eventos vitales superan la capacidad de afrontamiento del individuo, y, por lo tanto, el mecanismo disociativo protege a la mente de la sobrecarga que supondría tener que procesar e integrar estos eventos en este momento. Podemos decir que esta desconexión les permite sobrevivir.
Normalmente se manifiesta en menores que han sufrido o han vivenciado situaciones de maltrato y abuso sexual, físico y/o emocional durante su infancia. En este periodo la identidad personal se está formando, por lo que, si un menor aprende a disociarse para sobrellevar una situación traumática, es muy probable que de adulto siga usando este mecanismo ante situaciones que le resulten estresantes.
Algunos de los síntomas que pueden estar presentes en los trastornos y la sintomatología disociativa son:
- Pérdida de memoria (amnesia) de ciertos períodos, hechos, personas e información personal
- Una sensación de estar separado de ti mismo y de tus emociones
- Una percepción de que las personas y lo que te rodea están distorsionados o son irreales
- Un sentido confuso de la identidad
- Sintomatología depresiva y ansiosa.
- Elevada sensación de estrés y de no poder sobrellevar retos y situaciones diarias.
Esta sintomatología lleva a diferenciar tres tipos principales de trastornos disociativos:
- Trastorno de desrealización- despersonalización: es el hecho de percibir a las personas y el mundo que nos rodea de forma irreal, como si la realidad se tornara extraña (desrealización). La persona se siente desconectada de su cuerpo y sus emociones. Estas se vuelven extrañas, no reales. (despersonalización)
- Amnesia disociativa: la persona no recuerda periodos de su vida o información relevante sobre sí misma.
- Trastorno de identidad disociativo: en los casos en los que la desconexión se presenta de forma crónica. La identidad de la persona cambia ante diversos estímulos, y esta se mantiene dividida en partes más o menos estructuradas.
En todo caso y para finalizar, quiero subrayar que la disociación es un fenómeno amplio y diverso que puede presentarse de forma ocasional y transitoria, o bien hacerlo como un patrón de respuesta a situaciones vitales de estrés. Puede presentarse de forma independiente o dentro de otros trastornos como el TLP, TEPT o Trastorno de pánico.