Las redes sociales se han convertido en un hábito diario en nuestras vidas, sobre todo para los y las adolescentes. En un primer momento, se introdujeron como una forma de poder crear y compartir contenido, pudiendo llegar a muchas personas de manera muy sencilla. Trajeron beneficios como la posibilidad de mantener una conexión a nivel social; una herramienta más para acceder a todo tipo de información sobre distintos temas de interés; una forma más de desarrollar nuestra creatividad; tener fácil acceso a diferentes comunidades de apoyo donde sentirte escuchado; conseguir empoderamiento personal al ser una forma más de libre expresión; y ser una fuente de entretenimiento para muchas personas.  

No obstante, las redes sociales están llegando a ocupar muchas más horas de las que deberían, además de exponernos a contenido que no siempre es el más adecuado. Esto, inevitablemente, tiene un impacto en nuestra salud mental. La falta de interacciones en el mundo real generando aislamiento social y falta de habilidades sociales; las comparaciones con los demás, deteriorando nuestra autoestima; la falta de sueño, por la necesidad constante de estar conectados; problemas de aprendizaje, atención y concentración, por la sobrestimulación y la multitarea; y niveles más altos de ansiedad y depresión, entre otros. 

Es por ello por lo que es esencial poder hacer un uso responsable y equilibrado de las redes sociales, para no dejar que estas controlen nuestra forma de pensar, actuar y sentirnos con nosotros mismos y con los demás. Acciones como establecer horarios de uso, fomentar una visión crítica o reflexionar antes de producir material, cumplir con las edades recomendadas, relativizar la popularidad y acompañar y supervisar su uso, son algunas de las cosas que pueden ayudarnos a nosotros y a los de nuestro alrededor a cuidar nuestra salud mental.