Desde un punto de vista evolutivo, siempre se ha considerado la adolescencia como uno de los periodos de mayor vulnerabilidad para el desarrollo de cualquier problemática de salud mental, por todos los cambios que acontecen en esta etapa. Sin embargo, las últimas evidencias muestran la necesidad de que los profesionales pongamos nuestro radar en el estado de salud mental de nuestros jóvenes adultos, periodo que avanza entre los 18 y 25 años de edad aproximadamente y que de nuevo acaba siendo otro de los momentos clave en el desarrollo normativo de la persona.
En esta etapa, los jóvenes siguen transitando en la definición de su propia identidad, las relaciones con sus iguales se amplifican y consolidan. La mayoría de los jóvenes finalizarán sus estudios formales dando paso en algunos casos, a la entrada a estudios superiores, donde las presiones de logro no dejan sino de aumentar al tratarse de un entorno mucho menos estructurado. Por otra parte, aquellos que decidan adentrarse ya en el mundo laboral se enfrentarán a la complejidad del momento sociocultural actual, con desafíos tan importantes como las tasas de desempleo juvenil o problemas socioeconómicos que en muchos casos se traducen en dificultades para emanciparse de su familia de origen. En definitiva, todas aquellas incertidumbres sobre las que teorizaba el adolescente y que algunas de ellas ya eran fuente de malestar, se materializan ahora sí, en la cotidianeidad y toma de decisiones del adulto joven.
¡Diversas evidencias ya lo señalan! Una incidencia mayor en el debut de patología mental en dicha franja de edad de hasta un 20% superior frente a la adolescencia. 3 de cada 5 jóvenes informan carecer de un sentido o propósito en sus vidas. La mayoría de los adultos con algún problema de salud mental diagnosticado se inició en hasta un 75% de los casos, antes de los 25 años. A estos datos hay que añadir que la mayoría de los consultados, afirmaron no estar realizando peticiones de ayuda, debido al malestar que sienten en los sistemas de salud adultos. Entre los principales motivos: sentir límites de edad poco adecuados en los sistemas de salud actuales, la fragmentación de la atención en la vinculación de circuitos pediátricos a adultos de salud mental y no sentirse reconocidos en los sistemas actuales por no cubrir sus necesidades específicas propias de su momento vital.
El resultado: muchos de nuestros jóvenes no realizan demandas de ayuda en esta franja de edad, siendo este el principal factor de riesgo a problemáticas más agravadas e incluso cronificadas en la vida adulta.
Con estos datos junto con las evidencias de nuestra práctica clínica no podíamos quedarnos indiferentes, siendo necesario el desarrollo de programas específicos que brinden una atención eficaz y apropiada a las personas que están transitando en esta etapa vital y que además, se ven afectados por algún tipo de vulnerabilidad visibilizada a través de algún problema de salud mental o crisis vital que interfiere en su día a día de manera significativa.
De esta necesidad nace el Programa de Transición a la Vida Adulta, un programa intensivo. Una oportunidad para profundizar en todos aquellos factores que han causado el problema o lo mantienen, con la flexibilidad que requiere dicha franja de edad y enmarcado en un enfoque capacitante, autodeterminante, amigable y menos estigmatizante. Todo ello basado en nuestro modelo de intervención cuyo objetivo es asegurar la mejora integral en todas las áreas de vida de la persona, poniendo el acento en su autonomía, con un acompañamiento personalizado y el apoyo de todo un entorno comunitario que le ofrezca la seguridad y definición de proyecto de vida de manera plena.