Salud Mental

¿Emociones negativas? Aquellas que no nos permitimos escuchar

01 de Octubre, 2023 Aarón Garea

Las emociones son reacciones psicofisiológicas que nuestro cuerpo emite para avisar a nivel hormonal y neuroquímico, con el objetivo de que nos predisponga a pensar y actuar de una determinada forma ante un estímulo externo (percibido por nuestros sentidos) o interno (albergado por nuestros recuerdos, nuestra experiencia). Las emociones son pura energía circulando por nuestro organismo.

 

Dentro de las emociones, se puede destacar aquellas que nos resultan más agradables sentir y aquellas que son más incómodas de sentir. La diferencia entre ellas es si el estímulo que asociamos a ella nos permite estar más dispuestos a pensar y actuar (emoción agradable) o si por el contrario, nos permite estar menos dispuestos (emoción desagradable). Por ejemplo, cuando se despierta en nuestro cuerpo emociones que se desprenden de la esfera de la alegría (júbilo, humor, placer, entusiasmo…) queremos mantenerlas porque producen sensaciones de agrado, de motivación, de bienestar, de tranquilidad o de satisfacción. Por otro lado, cuando se despierta en nuestro cuerpo emociones que se desprenden de la esfera, por ejemplo, de ira (impotencia, rencor, odio, hostilidad, agresividad …)  nos producen sensaciones de desagrado, de desmotivación, de cansancio, de desilusión o de incomprensión. No obstante, independientemente de cómo nos hace sentir la emoción que el cuerpo nos señala, todas ellas son beneficiosas, puesto que contribuyen a nuestra seguridad y supervivencia, en el sentido de que nos “alarma” de nuestras necesidades y del malestar o sufrimiento que inevitablemente tenemos que sentir en ciertos momentos de nuestra vida.

 

El único problema que se puede categorizar cómo “negativo” en nuestras emociones, sobre todo las más desagradables, es que no nos permitamos escucharlas cuando nuestro cuerpo quiere transmitirlas; es decir: las enterramos sin hacer caso a nuestras necesidades emocionales o sufrimiento. Caemos en la trampa de categorizarlas como algo negativo, realizando el esfuerzo de evitar la sensación que nuestro cuerpo quiere trasmitir (como si fuera posible eliminar el sufrimiento en nosotros) dejando una gran huella emocional.

Esto se puede deber, entre otras razones, a que en el contexto evolutivo en el que estamos inmersos (familiar, conyugal, social, cultural…) existen emociones de las que no se puede hablar, que no son buenas para nosotros, que indican vulnerabilidad y debilidad en nuestra identidad o que simplemente no han sido escuchadas, reforzando la represión emocional de dicha emoción.

 

Todo ello, nos puede llevar a la única posibilidad de tener que emplear emociones sustitutas, simuladoras que sí se nos han permitido y usamos frecuentemente en nuestra capacidad de pensar y actuar (sustituyen a esa emoción que prohibimos) o por otro lado, nos puede hacer llegar a utilizar un mecanismo de represión emocional, es decir, utilizar un mecanismo de invalidación, negación o enmascaramiento de la emoción, pudiendo dejar de escuchar a determinadas emociones de nuestro cuerpo incluso en nuestro día a día. En la mayoría de los casos, una combinación de ambas es la forma de enfrentarse en muchos de los adolescentes con problemas de conducta.

En estos adolescentes, en muchas ocasiones, la represión emocional se da cuando no se permiten escuchar ciertas emociones “desagradables” como la tristeza, la soledad o el miedo utilizando. Por ejemplo, la ira como emoción sustituta, un método de supervivencia entendiendo de manera errónea que esta misma, es la única emoción que tienen permitida cómo capacidad de afrontamiento y de actuación ante una situación que emocionalmente me genera malestar.

Intentar aliviar nuestras emociones más incómodas a través de dar el poder a otras emociones sustitutas es como un espejismo, un mecanismo de aparente protección que cada vez entierra más la emoción primigenia y puede llevar a dificultades posteriores en reconocer esa emoción y por ello, saber gestionarla de forma adecuada.

Esto es uno de los mecanismos emocionales base en muchas de las conductas externalizantes en la adolescencia, dando a entender que su forma de actuar y pensar se relaciona con una emoción “enmascarada” que no tiene relación con la emoción subyacente. Además, una de las consecuencias de la represión emocional es la interpretación que hacen los demás acerca de tu forma de pensar y actuar, dirigida por una serie de conductas observables que nada tienen que ver con la emoción primitiva, lo que puede suponer una mayor sensación de incomprensión, de soledad, de tristeza y con ello, una mayor emoción enmascarada de rabia y enfado en el adolescente, quedándose cada vez más limitado para pedir ayuda, reforzando la idea de “no entienden lo qué me pasa” y quedando más enterradas sus necesidades emocionales.

 

Por tanto… ¿Cómo aliviar nuestras emociones desagradables?

  • No luchar, resistir e incluso renegar de emociones por su sensación desagradable, aceptando la realidad de que, en muchas ocasiones, es necesario tolerar el malestar o sufrimiento para poder integrarlo en nosotros. Por ejemplo, la posible experiencia emocional de tristeza ante el divorcio de mis padres.
  • Cuidar nuestro auto lenguaje a la hora de actuar y/o pensar en lo que respecta a nosotros mismos y a los demás. Por ejemplo, si etiqueto a la tristeza cómo una emoción “negativa y dañina”, mi forma de pensar va a ser en la línea de reducirla o incluso, buscar que desaparezca, añadiendo una emoción secundaria en mi comportamiento mediante un mecanismo de represión emocional.
  • Aceptar el mensaje que nuestro cuerpo quiere transmitir en la emoción, para entender la presencia de esta cómo parte de una señal del cuerpo y no de nuestra propia identidad, y legitimar nuestros pensamientos y comportamiento a través de dicha aceptación.
  • Verbalizar esas emociones con nosotros mismos y con los demás, puesto que, al externalizarlas, las hacemos una realidad, haciéndolas visibles y permite a los demás entender nuestra forma de pensar y nuestra forma de actuar en un determinado momento.
  • Entender la función de las emociones sustitutas para legitimar su aparición cómo una falta de habilidades o de permiso para dejar salir a la emoción primitiva. Por ejemplo, sentir culpa por que era inaceptada la tristeza en mi marco familiar ante la separación de mis padres.

 

 

 

Psicólogo de Ita Berducido

 

Máster Psicología General Sanitaria

Máster en Terapia Familiar y de Pareja