La obesidad es una enfermedad sistémica, crónica, progresiva y multifactorial, que se define como una acumulación anormal de grasa, con patologías asociadas que limitan la esperanza de vida y deterioran la calidad de la misma, y que pueden determinar la proyección vital, social y laboral del individuo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es una pandemia de tipo no infeccioso, causante, antes del aislamiento provocado por la crisis sanitaria por el COVID-19, de 2,8 millones de muertes anuales por enfermedades relacionadas. Así como la obesidad es un factor de riesgo para otras enfermedades, la realidad actual y los meses transcurridos en cuarentena agravaron esta pandemia escondida. La pandemia puso en evidencia el riesgo que tener obesidad representa para la salud, porque hoy se conoce que es uno de los principales factores de riesgo de desarrollar cuadros graves de COVID-19.
Es definitivamente un problema de salud pública en alza, tanto en nuestro país como en el mundo y tenemos el compromiso y la obligación de contribuir a adoptar una mirada amplia para abordarla exitosamente.
En la obesidad intervienen factores genéticos y ambientales. Los dos más conocidos son la ingesta excesiva de energía y un estilo de vida sedentario. Sin embargo, existen otros como la falta de sueño, los cambios hormonales, el microbiota intestinal y la cesación tabáquica y factores psicosociales como la ansiedad, el estrés y la depresión.
Para el que no tiene obesidad o sobrepeso es difícil entender la relación existente entre la persona con obesidad y la comida, las emociones, la autoestima y el metabolismo, entre otros. Corremos el riesgo, por tanto, de considerar que es un tema menor que se podría resolver únicamente con no comer o activarnos más.
Para poder entender y hacer un mejor abordaje desde el ámbito social, familiar y profesional hemos de cambiar la mirada y ampliar el enfoque de la enfermedad.
La subestimación, estigma, incomprensión, falta de empatía y desinterés son algunas de las reacciones más comunes con este tipo de enfermos.
Cambiar la mirada permitirá reconocer la verdadera dimensión de la enfermedad y trabajar por el cambio y por un abordaje integral tanto en atención directa a pacientes y familiares desde la atención primaria como en la mejora de políticas sociales y sanitarias.
Trabajar en la visión del paciente del a corto plazo que en muchas ocasiones y llevado por el cansancio, pone metas inalcanzables, basadas en dietas milagro con promesas irrealizables para conseguir el objetivo de la pérdida ponderal y que lo único que consiguen es poner en riesgo la salud con dietas carenciadas y desajustadas y con el indeseable efecto rebote. La visión sesgada que sufre el propio paciente, le lleva a pensar que su enfermedad ya no tiene solución, que es un tema estético y que está condenado a quererse y aceptarse “así”. Quererse a sí mismo representa también hacerse responsable de la propia salud, cuidándola y reconociendo que la obesidad es una enfermedad crónica asociada a más de 60 condiciones que ponen en riesgo la salud actual y futura. Conociendo que su enfermedad incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos en las articulaciones, en la fertilidad y aumenta las probabilidades de desarrollar varios tipos de cáncer, entre otras consecuencias posibles. Graves consecuencias en la autoestima y afectaciones trastornos afectivos (ansiedad, depresión).
La obesidad precisa de conciencia de gravedad, de cambios en el estilo de vida y de la acomodación de esos cambios físicos y emocionales y por tanto de tiempo para sostenerlos y aposentarlos para que se mantengan y minimizar la posibles recaídas.
Trabajar en la visión de los otros cuando al señalar, estigmatizar, discriminar la enfermedad y al que la padece provocan un impacto que genera consecuencias graves en el desarrollo integral de quién lo sufre. Este trauma en forma de burlas o acoso puede suceder desde la infancia y es un patrón que, de algún modo, puede sostenerse por el resto de la vida, impactando en el desarrollo laboral, en las relaciones personales y en la vida social.
Trabajar desde la visión de los profesionales de la salud que tratan la obesidad y que sin pretenderlo y en ocasiones subestiman la motivación del paciente o que ante la falta de resultados ponen en duda las intenciones de cambio por parte de este.
Trabajar desde la regulación y la aplicación de medidas políticas en salud pública que regulen la producción, distribución y publicidad de alimentos, promoviendo la vida activa, acercando la actividad física al público y reconociendo la cobertura del tratamiento de la obesidad cómo se haría con cualquier otra enfermedad crónica no transmisible, promocionando e implementando desde la educación básica y en las primeras etapas de la vida enseñando a comprar mejores alimentos, cocinar más sano, procurar llevar estilos de vida más saludables.
Ya nadie pone en duda la relación entre emoción y comida. Sabemos que la ansiedad, la tristeza, la soledad o la alegría son fuertes condicionantes para que algunas personas coman, incluso sin tener hambre. En estos casos, se pierde, relativamente, el control del comportamiento alimentario y, con frecuencia, aparece una alimentación inadecuada que suele tener consecuencias –aumento de peso, entre otros– y que generan sentimientos de culpa y de nuevo tristeza, entrando en un círculo de malestar. Las emociones no son en sí mismas las causantes del descontrol sino la manera de gestionar, regular y afrontar los estados de ánimo negativos. Es preciso por tanto desde la educación inicial trabajar en emociones aprendiendo a conocer, regular y gestionar las emociones.
El tándem emoción y alimentación ha de estar basado en comer lo que necesitamos. La alimentación no ha de servir para desconectarnos de las emociones, es la emoción la que tiene que hacernos conscientes de la alimentación que tomamos y del uso de los alimentos que ingerimos.