Salud Mental

Detección precoz en los más pequeños en trastornos de desarrollo y salud mental

10 de Agosto, 2025 Equipo unidad infantojuvenil Ita Mirasierra

Las familias con niños pequeños pasan muchas horas en contacto con otros menores, hijos de amigos, compañeros de cole, parque, etc. En esas interacciones, especialmente en los primeros años, se tiende a observar y comparar el desarrollo del menor con el de los demás con el fin de buscar una corroboración de que todo marcha bien.  

 

¿Pero, qué es el desarrollo y en qué tenemos que fijarnos? 

Se podría definir el desarrollo como “un crecimiento continuo, que es periódicamente interrumpido por breves periodos de rápido cambio” (Thompson y Stewart, 1986) 

Estos breves periodos marcan la transición de un estadio de desarrollo a otro cualitativamente diferente:  

 -Primera infancia 0-2 años 

-Periodo preescolar 2-6 años 

-Periodo escolar 6-12 años 

-Adolescencia 12-20 años 

 

El desarrollo se produce como consecuencia de la interacción entre la dotación genética del individuo y la experiencia que éste va adquiriendo del ambiente. Por tanto, es necesario que el ambiente del niño sea variado y enriquecedor, ofreciéndole la posibilidad de jugar y explorar en diferentes contextos y con variedad de materiales.  

En Psicología hablamos de las ventanas de desarrollo o periodos críticos, momentos en los que las estructuras cerebrales están maduras y pueden adquirir una función. Es clave no adelantar etapas y no querer que el niño aprenda algo antes de tiempo a la fuerza. Será la curiosidad del niño y lo que el entorno le ofrece los que marquen el camino. 

 

Desde una amplia variedad de sectores debemos participar en la identificación de alteraciones y/o retrasos en el neurodesarrollo de los niños desde el principio. 

Cuando un adulto sospeche de una alteración, debe recurrir a un profesional. Siempre es mejor prevenir, aprovechando la mayor plasticidad neuronal de los primeros años de vida. 

 

Vamos a destacar unos signos muy breves en los que fijarse de más pequeño a más mayor: 

  • Que tenga sonrisa social en el primer semestre de vida. 
  • Que el niño tenga intención comunicativa, deseo de comunicarse con niños y adultos, acercándose a ellos. 
  • Que mire a los ojos en las interacciones y para pedir, así como jugar con objetos mirando a los mismos y a la persona con la que juega. 
  • Que responda a su nombre, girándose al llamarlo. 
  • Que emita al menos 40 palabras antes de los dos años. 
  • Que realice juego simbólico desde los 18-24 meses. 
  • Que emita frases de 2-3 elementos con 2-3 años (“mamá agua, abuela guapa”) 
  • En la etapa de escolaridad infantil que vaya adquiriendo habilidades manipulativas propias como coger un lápiz, colorear, recortar, picar, aprender los primeros números, realizar conteo, conocer los colores, las letras, las figuras geométricas y demás conceptos propios del colegio. 
  • Inicio del control de la frustración y expresión de emociones sobre los 4 años. 
  • A partir de los 6 años, fijarnos en dificultades de concentración, dificultades para terminar tareas a tiempo, rechazo ante los cambios de rutina. 
  • Desde los 12, cuidado si evita leer o escribir, si tiene comprensión lectora pobre, dificultades para organizarse, trabajo lento en clase y en exámenes o dificultad para entender situaciones sociales. 

Respecto a la salud mental, en esta área se suele confundir malestar emocional con problemas de conducta. Por eso, es importante estar atentos al comportamiento del niño para identificar posibles signos de malestar emocional. Algunos de ellos son:   

  • Cambios repentinos del comportamiento y estado emocional. 
  • Aparentes conductas regresivas como puede ser mojar la cama o dormir con la luz encendida. 
  • Aparición de problemas de sueño y alimentación. 
  • Somatización que puede presentarse como dolores de cabeza o de barriga frecuentes sin razón médica. 
  • Alteración en los vínculos con iguales o con adultos ya sea de dependencia o aislamiento. 
  • Presentar conductas agresivas o pasivas sin causa aparente. 
  • Pérdida de interés en juegos que antes disfrutaba y que no son reemplazados por nuevos intereses. 
  • Presentar miedo ante diversas situaciones como hablar en público o hacia los movimientos bruscos. 

 

Ante la presentación de signos como estos, sería recomendable acudir a un profesional para valorar al niño. Desde un equipo multidisciplinar, formado por logopedas, psicólogos, fisioterapeutas y terapeutas ocupacionales entre otros, se puede obtener una visión global desde un punto lúdico y funcional de las fortalezas, capacidades y necesidades que puede presentar el niño y actuar lo antes posible para fomentar su desarrollo y mejorar su calidad de vida dentro de lo posible. 

 

Equipo de la Unidad Infantojuvenil de Ita Mirasierra

Eireann Durkin (Terapeuta Ocupacional), Cristina Mañas (Neuropsicóloga y coordinadora de la unidad infanto juvenil) y Rebeca Blanco (Logopeda). 

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