Terapia Familiar

El amor en los tiempos del covid-19

13 de Diciembre, 2020 Gerard Paz Moreno

Durante el estado de alarma y el confinamiento decretado por el Gobierno español en el mes de marzo del presente año, los terapeutas conseguimos seguir prestando nuestra ayuda. Sobre todo, lo conseguimos a través de la terapia on-line, aunque no sólo: también a través del teléfono o del correo electrónico, en una experiencia virtual para algunos de nosotros sin precedentes. Nuestra percepción subjetiva del uso del online fue positiva desde el primer momento, impresión que los datos recabados al respecto corroboraron más tarde, puesto que arrojaron un alto porcentaje de satisfacción por parte de las personas atendidas  (en datos publicados por ITA en prensa). En ese sentido, una de las cosas que aprendimos fruto de aquella situación de emergencia, fue que la tecnología puede ser un aliado eficaz, y que la terapia on-line no es sólo un sustitutivo de la terapia presencial, sino un setting posible (un setting con unas características particulares, eso sí, que requiere adaptaciones metodológicas y del metacontexto, (D’Ascenzo, 2020).

La terapia online permitió, así, dar continuidad a procesos terapéuticos ya iniciados, por un lado; a la par que permitió abrir procesos nuevos. De todos ellos, algunos han continuado por la vía virtual, mientras que otros han pasado a una modalidad presencial cuando esto ha sido factible.

 

En aquel momento duro, observamos que muchas familias e individuos sacaban partido del contexto pandémico, contra todo pronóstico, mejorando sus relaciones y fortaleciendo los lazos de cooperación y ayuda mutua en una admirable utilización de la dificultad a favor de las relaciones y del equilibrio personal y familiar (sobre las mejoras acaecidas durante el periodo de confinamiento y su interacción con la terapia online, ya dejamos constancia en un artículo anterior. Sin embargo, también observamos lo contrario: la situación de confinamiento contribuyó a deteriorar relaciones interpersonales en el seno de algunas familias, a la par que dañó relaciones cuyo equilibrio, en primera instancia, no parecía estar en entredicho, y estos individuos, familias, parejas, requirieron ayuda especializada. Fue un periodo, el del confinamiento, de eclosión de trastornos de la conducta alimentaria, momentos de debut o de recrudecimiento sintomatológico que pudimos observar en tiempo real; e in diferido, ya que los hemos tratado una vez concluido el estado de alarma.

 

Han pasado los meses y nos dirigimos hacia una segunda desescalada. Aquel concepto extraño de “nueva normalidad” ha perdido capacidad descriptiva, ha caído en desuso. En el instante en el que vivimos -llamado de “segunda ola de contagios”-, después de una aparente tregua del virus durante los meses estivos, caben conceptos de nuevo cuño tales como “fatiga pandémica”, que, grosso modo, se ha escrito que padecen la mitad de los ciudadanos europeos. Este periodo arduo ha traído dificultades y patologías cuyos síntomas, ciertamente, pueden comprenderse mejor desde la perspectiva de esta retomada emergencia médica y de las consiguientes restricciones aplicadas desde los estamentos públicos con el fin de frenar los contagios y un eventual colapso del sistema de salud.

 

La pandemia, como contexto vital, ha traído a flote dilemas, contradicciones, paradojas.

Pero ¿De qué hablamos cuando hablamos de dilemas? ¿Cuáles son las paradojas que hemos advertido durante estos meses de rebrote del virus?

Para una mejor respuesta a estos interrogantes, desarrollamos aquí un caso clínico cuya interacción con las diferentes etapas de la pandemia nos ha parecido representativa.

Dunia tiene 19 años y estudia arquitectura. Vive con sus padres y su hermano, 3 años menor. El verano precedente a la irrupción del covid-19, Dunia sufre un desamor. Esgrimiendo razones vagas e inconcretas, como el no sentirse preparado para una relación seria o hallarse perdido en su propia juventud, su novio la abandona. Al cabo de dos semanas de haber puesto fin al noviazgo, ella viene a saber que él está con otra chica; una chica, por cierto, muy delgada. La relación entre ellos prosperaba, piensa Dunia, por nada del mundo podía sospechar que él la dejaría; al contrario, Dunia, que no es una persona ingenua, estaba convencida de que él la quería. Dada la tristeza que Dunia siente, pierde las ganas de vivir: de estudiar, de divertirse, de salir, de estar con sus amigas y, también, de comer. En realidad, en poco tiempo, por obra de esta pena profunda, sin haberlo planificado, Dunia adelgaza e, inusitadamente, empieza a recibir halagos -de hombres y de mujeres, si bien en mayor medida provenientes de su padre y de los amigos de éste-, cumplidos en los que se subraya su nueva belleza y se aplaude su delgadez.

Así las cosas, Dunia deja de estar triste, remonta, se siente bien (aunque también se edifica  en su interior la idea de que su novio la dejó por no haber sido tan delgada como la chica a la que ahora él ofrece su cariño). Aquel estado de tristeza que la invadió, no obstante, es ya parte del pasado. Gracias a su esbelta figura, la tristeza queda transformada en viento a favor. Y, además, lo más importante, Dunia ha aprendido, por fin, cómo conseguir que la quieran: o cómo conseguir que no dejen de quererla.

 

Al cabo de un mes y medio, es ya una experta en contar calorías. A decir verdad, no tiene la sensación de perderse nada por lo que respecta a la comida porque puede permitirse comer cualquier cosa sin el menor temor de engordar, sabe cómo compensar los excesos; por ejemplo, saltándose una cena o duplicando el tiempo de ejercicios en el gimnasio.

 

El control sobre la ingesta da buenos resultados: esculpe el cuerpo en un sentido normativo, provoca admiración, aceptación, regula el estado de ánimo y, por encima de todo, asegura el amor.

 

Durante el confinamiento, sin embargo, aparecen para Dunia los primeros obstáculos, algunos de ellos insalvables. Dado que se confina con su familia la restricción y las comidas calóricamente calculadas cada vez son más complicadas de llevar a cabo, al quedar en evidencia cuando prepara sus propios platos algunas rarezas y manías. Obligada a comer lo que no quiere comer, tampoco puede jugar la baza del ejercicio físico del mismo modo que antes del confinamiento. Dunia, pues, se siente acorralada. No quiere volver a la tristeza, a la falta de amor, que es lo que podría suceder si engordase, por un lado. Por otro, ahora ya sabe que la tristeza guarda un tesoro escondido en su oscuro interior: adelgazamiento y alegría. Esta contradicción es en buena medida horrible, así que Dunia encuentra una solución casi perfecta: come lo que le dicen que tiene que comer, después lo vomita. Lo siguiente que sucede es que su madre se percata de lo que está ocurriendo. Contrariados, sus padres deciden buscar ayuda especializada. Dunia recibe varias sesiones on-line el contenido o el efecto de las cuales la paciente no recuerda muy bien, pero que sirven para que frene los vómitos mientras que, en paralelo, aumenten los pensamientos obsesivos de control y las distorsiones de la imagen, que es ya nítidamente el centro del universo de Dunia.

 

Durante la desescalada, en primavera, recibimos a Dunia en consulta. Presenta cierta incomodidad con respecto a los pensamientos reiterativos sobre la alimentación y el peso, una cierta invasión de su tiempo mental. Pero sobre todo la terapia es posible gracias a que considera que algo se le ha escapado de las manos, algo que ya no sabe cómo frenar. Necesita ayuda, tal y como ella lo expresa, para seguir delgada, pero sin tanto sufrimiento.

 

Llega el verano y el control que sus padres habían ejercido sobre ella se relaja. Como todos los años por vacaciones, juntos viajan a un pueblo de la costa en el cual Dunia tiene amigos y amigas que pasan la mayor parte del tiempo libre en la playa, el nuevo escenario en el que ella, con éxito (puesto que ha perfeccionado la técnica), hará comprobaciones certeras sobre la aceptación y el amor. De vez en cuando llora; un llanto desconsolado, silencioso, que dura unos 10 minutos, súbitamente, antes de iniciar una jornada más de playa y de sol. En una de las sesiones online que mantenemos, me comunica que a veces se marea al subir escaleras y que se siente físicamente débil. Dunia no quiere interrumpir las vacaciones de su familia con su malestar por bandera, por eso lo hacemos nosotros y, a través de su madre, les alertamos sobre lo que está sucediendo y conseguimos que vuelvan a la ciudad.

 

Hasta el día de hoy, hemos hecho avances en el conocimiento de la función del síntoma y la homeostasis familiar. En la terapia individual, hemos conseguido reformular el sufrimiento de Dunia en términos de un dilema de gran alcance, de un dilema vital, que habla sobre su necesidad humana de ser reconocida, de ser amada, y lo hemos trasladado a la dinámica de relaciones familiares para su esclarecimiento.

 

En esta era de segunda ola del virus, Dunia teme contagiarse, dar positiva en coronavirus. Si tal contagio se diese, debería confinarse y el confinamiento la llevaría a aumentar el peso, ya que difícilmente podría ocultar sus conductas restrictivas y compensatorias en el domicilio, como ya ocurriera en el mes de marzo. Por otro lado, piensa, la manera más eficaz de prevenir un eventual contagio es permanecer aislada, el autoconfinamiento, que es a su vez la situación que Dunia teme por las consecuencias anteriormente descritas. Esta paradoja, aparentemente insalvable, a veces fatiga a Dunia, la cual puede pasar una semana entera llorando, triste, encerrada en su habitación, sin apenas apetito. Ahora sabemos que, si nadie rescata a Dunia de la tristeza silenciosa, se dispara el circuito de autorecursividad anteriormente descrito, en el cual Dunia baja su peso, se ve más delgada, se siente reconocida, digna de ser amada, otra vez, lo cual remonta su estado de ánimo y fortalece el trastorno.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

D´Ascenzo, I. Yo no soy un robot. (En prensa)

Feixas, G. Villegas, M.  Constructivismo y psicoterapia. Ed: Desclée, 2000, Bilbao.

Haley, J. Terapia para resolver problemas. Ed: Amorrortu, 2002, Buenos Aires.

Paz, G. Freno y contraste durante el confinamiento

https://itasaludmental.com/blog/link/227

Selvini, M., Cirillo, S., Selvini, M., Sorrentino, A.M. Ragazze anoressiche e bulimiche. Ed: Raffaello Cortina Editore, 1998, Milano.

Selvini, M., Cirillo, S., Selvini, M., Sorrentino A.M. Los juegos psicóticos en la familia. Ed: Paidós, 1990, Barcelona.

Psicólogo de la Unidad de Terapia Familiar de Ita Urgell