La familia es el núcleo fundamental en el que crecemos y aprendemos. Las relaciones con nuestros padres y hermanos constituyen el primer escenario donde comenzamos a experimentar lo que significa “andar por el mundo”. Este entorno familiar nos proporciona herramientas esenciales para sentir, actuar, comunicarnos y socializar.
Además, como familia, cultivamos un “sentir común”, es ese sentido de pertenencia que nos identifica y genera una percepción de identidad compartida, creando la idea de que somos un equipo. Los lazos que nos unen, así como los aspectos que nos diferencian de los demás miembros de nuestra familia, son dinámicos y evolucionan, pero siempre estarán presentes a lo largo de nuestra vida.
A partir de esta premisa, surge la pregunta: ¿qué sucede cuando uno de los miembros de la familia enfrenta un trastorno de salud mental? ¿Es posible que el núcleo familiar permanezca indiferente ante esta situación?
Desde la terapia sistémica, base del trabajo de Ita, se considera a la familia como un organismo vivo, en constante interacción y desarrollo a través de los diferentes ciclos vitales. El paso del tiempo y el crecimiento de cada individuo, van planteando diferentes retos a este sistema que buscará encontrar los recursos necesarios para afrontar cada crisis y cada cambio.
No podemos plantear, por tanto, que el sufrimiento de una persona sea inocuo al resto de la familia, sino que afecta y se ve afectado por él. Por ello, a la hora de afrontar las dificultades habrá que tener presente las singularidades familiares en aspectos como los siguientes:
- Los estilos de comunicación de la familia
- Los estilos parentales
- La interpretación del porqué del malestar de esa persona que hace cada miembro
- Los recursos familiares anteriores adquiridos
- El estilo de relación de la familia...
- Vivencias compartidas: momentos felices, momentos complicados, nacimientos, pérdidas...
Cuando una persona pide ayuda para superar un trastorno de salud mental, podemos y debemos atender al malestar de la persona con síntomas y diagnóstico, pero, desde la Unidad de Terapia Familiar, se ofrece un proceso complementario que permite trabajar juntos hacia la salud.
La terapia familiar se muestra entonces, como un espacio en el que cada miembro pueda escucharse y apoyarse, facilitando un abordaje más integral y efectivo que favorezca la aparición de los recursos propios.
Muchas veces, las familias se sienten amenazadas por esta idea. Aparece el miedo entonces a ser juzgados como padres/madres, a no ser entendidos como hijos/as, a recordar momentos complicados de nuestras propias historias. A vernos, en definitiva, expuestos. Nada más allá del objetivo real de una terapia familiar.
El proceso familiar es un viaje en el que poner todas las energías de la familia al servicio de la propia familia, rescatando aquellos recursos propios, generando recursos nuevos, facilitando la comunicación para generar una idea conjunta de cuál es el motivo del sufrimiento y cuales las opciones para el cambio hacia el bienestar.
Animarse a hacer un proceso de terapia familiar es darle a la familia la oportunidad de crecer junta y de salir con un sentimiento de capacidad reforzado.