Verano de 2020, desde luego va a ser un verano muy distinto a todos los que hemos vivido. Puede que sintamos miedo, tristeza, rabia, emociones que no suelen ser agradables, pero que son necesarias, para sobrevivir y como brújula para guiarnos en nuestras necesidades y actuaciones.
Estos estados emocionales nos acompañan a casi todos de una manera u otra, y si bien es cierto que un pequeño grado de ansiedad durante esta temporada, es adaptativa y funcional, ya que nos ayuda a prevenir el contagio y el fallecimiento de muchas personas; en algunos casos concretos, estas preocupaciones ocupan tanto espacio en nuestra mente que pueden acabar convirtiéndose en un freno para nuestra vida diaria y la “nueva normalidad”. Esto puede ocurrir en el caso de tener que enfrentarnos a espacios con mucha gente, aglomeraciones o incluso coger el transporte público. Pero, ¿qué ocurre si ese miedo se convierte en pánico? En un caso extremo se podría desarrollar un trastorno parecido a la agorafobia, o una agorafobia propiamente. Por querer prevenir un problema (covid-19), se crearía otro problema.
Para que entendamos qué ocurre en la mente de una persona que sufre agorafobia (en este caso concreto a consecuencia del covid-19), las grandes aglomeraciones (playa, centros comerciales, algunas terrazas o reuniones con mucha gente, transporte público…), son un foco de ansiedad. La interpretación del peligro es de vida o muerte, la persona/su cuerpo siente o interpreta como si realmente fuese a morir en ese momento, como cuando nuestros antepasados veían un depredador acercarse y sentían que su corazón se les iba a salir del pecho, sentían sudores fríos, náuseas, o incluso una leve sensación de inestabilidad (entre muchos otros síntomas), esto preparaba a nuestro antepasado para salir corriendo y poner a salvo su vida, el cuerpo se prepara para huir y salir de ese lugar. ¿Os imagináis tener esa sensación cada vez que salís de casa?
Esto puede llevar a la persona que lo sufre a evitar situaciones o a realizarlas con ciertas conductas de seguridad (controlar las salidas, ponerse en el extremo en una fila de asientos, controlar visualmente todo el espacio para detectar zonas de menos densidad, ir a lugares de vacaciones en los que no haya mucha gente, y en general estar hipervigilante y en tensión continua).
Cuando percibamos en nosotros conductas o pensamientos de este tipo, no debemos asustarnos y sí ser conocedores que tenemos que trabajar en buscar una solución, bien con ayuda profesional, expresar lo que sentimos a personas de confianza, etc. Además podemos ponernos a prueba de una forma muy gradual. Evidentemente, siempre siguiendo las recomendaciones sanitarias.
Una manera en la que podemos empezar a exponernos es yendo a lugares más cercanos al hogar, quizás acompañados de otra persona si nos sentimos más seguros, si no, también podemos hacerlo de manera individual, es importante que en todo momento veamos que, aunque esa situación nos genere ansiedad, no sea una ansiedad que vaya a paralizarnos o a provocar una crisis de ansiedad, ya que en este caso retrocederíamos en nuestra evolución.
Los ejercicios de control de respiración o el mindfulness también son herramientas muy útiles para comprender que esa ansiedad tan desagradable que siente nuestro cuerpo es controlable por nuestra mente, y por lo tanto nos sentimos más seguros para exponernos a esas situaciones.